ELBIS GILARDI
¡Ah, qué bueno el olor a naranjas!
……………………………………………………….
Me crié respirando ese aroma/ Y aún parece que
corre en mi sangre.
Naranjitas
pequeñas y verdes/Siendo niña, enhebraba en collares”.
Juana de Ibarbourou.
Y uno
se pregunta por qué las naranjas tienen esa bonhomía de cántaro en la planta.
Las naranjas seguramente guardan en el corazón de la fruta todos los recuerdos
de la infancia, tal vez porque de pequeña es una flor y se asemeja a la piel de
los abuelos, porque es rugosa cuando grande pero más jugosa cuanto más añeja es
su mondadura.
Conociendo
a Edith Vera, conociendo la escritora de frente, escuchándola, recogiendo los
brotes de sus palabras para poder sembrar su esencia en mi alma, puedo decir
que su obra encanta y nos pinta de azul y oro cada vez que leemos las Dos
Naranjas.
Edith
Vera, nació el 27 de agosto de 1925 en la ciudad de Villa María, provincia de
Córdoba, y falleció en esa misma ciudad en el año 2003. Pasó por este mundo
imaginando la redondez de la naranja en la espuma ancestral de los colores.
Esta
delicada poeta se adentra en el mundo de la luz, en la magia de la naturaleza,
en el acervo cultural de lo cotidiano. Edith Vera me recuerda un mundo donde “Leer es, en un sentido amplio, develar un
secreto” (Graciela Montes pág. 83) a lo que me gustaría agregar, que es además
una gloriosa manera de escribir con los ojos traspasados de granadas, porque el
sol duerme su esencia hasta la última hora de la vida. Y ser parte de un
secreto, es casi como “encontrar una caracola/ para tener cerca el mar” (p.51)
“Una vez que se ha pronunciado
la palabra
amapola
hay que dejar pasar algo de tiempo
para que se recompongan
el aire
y nuestro corazón.
“La tortuga dice/ que para el resfrío/ es bueno
bañarse/ con agua de sol.
“Y para las muelas/ que duelen de noche/agüita de
luna/ con gotas de olor”. Pág.9
Edith Vera
en sus poesías apuesta mucho al sol y a la luna, dos caras con la misma esfera
pero que adornan distinto el cielo y la tierra, es tal vez el paso del hombre
sobre el universo, siempre eligiendo el color de la luz para iniciar un camino
diferente.
Vera se recibió de Maestra Bachiller en la
Escuela Nacional de Villa María y trabajó en distintos lugares del interior de
la provincia de Córdoba. En 1959 inició sus estudios en el profesorado de
jardín de Infantes. Fue maestra y directora de Nivel Inicial en la escuela
Normal “Víctor Mercante” hasta 1979.
Recorriendo
su obra, su forma de amar la vida, me gustó leer: “Tres cuentos en tres nidos”,
una manera de arrojar luz sobre su trabajo docente en pueblos del interior
cordobés, donde la naturaleza puede manifestarse de manera grandiosa; hay aves,
hay pájaros, hay gallineros, hay cunetas, hay viento que transita los carriles
de los días y los torna en ocasiones interesantes. En esta obra, la poeta menciona con ternura a los animales de la
cadena alimentaria, que, si bien es lo lógico, termina siendo el animal
despedazado, un juguete de peluche, donde nadie muere de verdad, sino que
engaña al cazador. Termina ese primer cuento diciendo. -“¿Quieres que te dé más
luz? Ideal para pensar la vida con optimismo.
En el
segundo cuento, el que cae en el nido de la paloma torcaza menciona a la
gallina bataraza lidiando con su pequeño hijo porque no quiere ser pollito, y
permite traer a la memoria el cuento de
Villafañe; ese en que el sapo no quiere ser sapo hasta que se convence de que
es lo mejor, lo más acorde a su estructura, eso para lo cual nació. Seguramente
es una inquietud que, a todo ser humano nos trastoca la tranquilidad de la vida,
es una época en la cual se torna necesario encontrar otras alas para desafiar
la dirección del viento. Edith Vera no fue la excepción y lo puede
manifestar en sus obras.
El tercer
cuento de esta tríada, comienza con el optimismo del color: “Todo era luz en
ese día de primavera”. Nuevamente los pájaros que habitan el interior de la
provincia de Córdoba (en este caso), hacen su aparición: la curucucha, la
lechuza, la calandria; y el amor que los pájaros se profesan sobre los alambres
de los campos. Hay una predilección inocultable hacia los animales y la
naturaleza en su más tibio y puro esplendor. Me atrevo a decir que toda la obra
que leí de ella gira en torno al descubrimiento cotidiano de lo simple, de eso
que fortalece el alma, de las inmediaciones de una realidad que otorga permiso para soñar en plenitud.
En una
entrevista que le realizaron a Edith Vera para el Suplemento de la Revista
Piedra Libre (1996), que finalmente permaneció inédita, se comparten algunos
fragmentos, como por ejemplo:
“¿Qué lugar
le trae a la memoria gratos recuerdos y por qué?
El campo,
por su grandiosidad, por todo su verde, por los animales, por la hierba, por
las noches estrelladas, por la libertad que me brinda siempre”.
Recibió el
primer premio cuando se presentó al concurso: “Campaña para una buena
literatura para niños”, en el año 1960, motivada por la profesora María Luisa
Cresta de Leguizamón; organizado por el Fondo Nacional de las Artes, por su
obra “Las dos naranjas”,
publicado recién en 1969. Un libro que se divide en
dos partes: la naranja dorada y la naranja azul. Y el Premio “Alberto Burnichon
Editor”, al libro mejor editado en Córdoba en el bienio 1997/1999, por El libro de las dos versiones.
Los
colores son constantes en la obra de Edith Vera. Uno de los poemas que me atrapan
de la naranja dorada es el siguiente:
Mi abuelo nació en un mapa
de tierras color de miel,
con un mar inquieto y bravo
y barquitos de papel.
Un día salió en un barco
Diciendo: ¡Adiós, adiós!
Lo despidieron dos gatos,
Un grillo y un ruiseñor.
El mapa de
la vida, un elemento que nos transporta a una tierra o a un continente que fue
dotado de color miel, porque la entraña de la tierra así lo amerita, porque la
miel es abeja, es flor, es raíz que presiente el vaivén de un barco en pleno
océano, es un abuelo afortunado, lo despidieron dos gatos, un grillo y un
ruiseñor. El mapa de la vida necesita atributos para crecer lozano, en medio de
un mar inquieto y bravo; encuentra en el camino quien lo reciba y quien lo
despida. Mi intuición me dice que tal vez haya sido una carencia en su vida.
Esa búsqueda del ruiseñor que sobrevuele sus anhelos y sus soledades.
Yo
considero que Edith Vera debe componer
el canon literario, porque tiene voz propia, porque su tierra literaria florece,
prospera en medio de los colores cálidos de la vida, porque Edith Vera necesita
ser nombrada muchas veces por la luna, por el sol, por los pájaros, por los
otros poetas y escritores, porque hay que reconocer la fuerza de su obra. ¿Será
que no gritó con fuerza la palabra? ¿Es necesario el grito para que se escuche el ardor y la fuerza? Yo
creo que sí, se da, porque ella nos interpela: “Hay un reloj/ que da la una,/
que da las dos, pero no da las tres./ Con unas gotas de miel/ mejora un poco/ y
da las cuatro,/ las cinco,/ las seis/ ¡pero no da las tres!. Nos enseña cómo
hay que hacer para que funciones, y otra vez la miel, otra vez el elemento que
entroniza la palabra, que ordena, que se mueve de contexto: “Fa,sol…” El sol
como nota musical intenta liberar el canto y arracimar el calor en la voz.
Su fuerza está en la cuerda que propina al reloj
para seguir tictaqueando, para despertar cada mañana a los pájaros, para no
morir en el brocal del día.
Y la obra
de Edith Vera sí debe constituir el canon porque no ha sido tocada por el
mercado Editorial, ella es por sí misma, es materia pura, es obra
al natural, por el candor, por el amor a las cosas simples de la vida, porque
escribe y vuelve a escribir en los renglones, lo hace desde la mentalidad de
los niños, aunque se mete en la sangre de los adultos.
Edith Vera
publicó: “Las dos naranjas”, “La casa azul” (escrito en 1972/73) editado 30
años más tarde, “La palabra verde y los caracoles 1978/9, “El conventiyo verde
(1983/4), nunca se
editaron; “El explicador de palabras” (1980)
también inédito. Cabe destacar que, durante unos años dejó de escribir, nuevamente
sintió la potencia de la creación en 1990, escribió otros seis libros de
poesía:
“Del agua, de los Pájaros, de los Cielos y de los
Quehaceres Terrestres” (1993)
“Palabra” (1994)
“Láricas” (1994)
“De recetas y Testamentos (1994) Todos sin editar,
y dos en 1995 que luego fueron publicados por la editorial “radamanto” de Villa
María, en ediciones como “Pajarito de agua” y “El libro de las dos versiones”
(1977 y 1978). En 2001, editorial
Garabato de Córdoba, le publicó “La Casa Azul” que había escrito en 1972. De
los 10 libros de poesía se publicaron solamente cuatro.
En 1998
Ediciones Radamanto también editó-
dentro de la Colección de Plaquetas Del Herrero- “Cuando tres gallinas van al
campo”. Los cuentos “Ratita Gris y
Ratita Azul” y “De pata en pata, de pico en pico, de ala en ala”, fueron
publicados en un mismo libro por Propuestas Ediciones en su Colección Cuentos
de la Vereda (1977). Y “Tres cuentos en tres nidos” formó parte de la Colección
Dulce de Leche (1995), que se entregaba junto al diario La Voz del Interior . Muchos poemas se encuentran en diversas
antologías, en diarios y revistas.
Leyendo sus
poemas, me detuve en uno de ellos que, como ya sabemos la autora no pone
títulos, pero bien se pueden identificar: “Desde hace largo rato/ Miro pastar a
una oveja/. /Olfatea, elige/ y muerde la hierba/Suave, suavemente./ De tanto en
tanto/ Se detiene/ Y bala./Rosa amarilla en su garganta/ Color deshecho en el
aire.”
Y pienso,
las ovejas podemos ser los hombres, libres del pastor, podemos elegir,
observar, olfatear, cambiar de parecer, amar, odiar, perseverar, quedarnos…,
ella puede ser esa oveja. Una poeta que tal vez bala sus alegrías, sus dolores
y hace que el mundo también la vea y se vea, que de pronto, pastar, sea una
manera de encontrar en el otro la verdad del amor. La garganta de la oveja se
convierte de pronto en rosa amarilla y puede derogar o instituir la alegría, el
optimismo, también el deterioro, por eso suele deshacerse en el aire. Yo imagino
su oveja interior, sus vaivenes al morder la hierba, también la imagino balando
su propia prosapia, su candor de poeta en medio de un campo cubierto de pasto
sobre la inmensidad del universo.
María Teresa Andruetto afirma: “Debo decir que si
la poesía, la verdadera poesía, es difícil de encontrar en este mundo, la
poesía para los chicos es infinitamente más difícil, infinitamente más
inencontrable. En un campo tan resbaladizo, tan trajinado por el deseo de
agradar, por las obligaciones pedagógicas, por el empeño en lo que debe ser,
por lo políticamente correcto, por los manuales de buenas costumbres, por las
necesidades curriculares, encontrar expresiones de auténtica poesía ha sido
siempre un milagro. Un verdadero milagro”.
Entonces es
muy factible pensar que Edith Vera es
ese milagro del que habla María Teresa Andruetto, y si es un milagro debe ser
parte del pabilo que se mantiene encendido en el Canon literario, a pesar de
los años, tiene que ser parte de ese milagro, porque Edith Vera camina sin mirar
el agrado, más bien tiene puesta su meta en el alma del niño, del adolescente,
del adulto, de quien por un instante se considere palabra.
Me gusta el
milagro de Las dos naranjas porque tiene una función lúdica, mediante el uso de
onomatopeyas: “Compré una cajita/ de plata muy fina/ y si quiero abrirla/ le
debo decir:/ Galipán, pin, pan/ pan, pan, pin, pan”. Compré un baulito/ de
cuero bonito/ y si quiero abrirlo,/ le debo decir:/ peripón, pin, pon/ pon,
pon, pin, pon/ Y en un pin,/ y en un pon,/ salta en ellos/ un bombón”.
Y en ese
despliegue de gallinas, de animales, de flores, de campo, de colores, de lunas
y de soles, el mundo que es un campo resbaladizo, se torna una pluma de seda:
“Tengo una gallina/ con pico de lata/plumitas de seda/ cola de cartón./
¡Clo…clo…Clodomira!/ ¡Clo…clo…Clodoveo!/ Así ella me avisa/ que ha puesto su
huevo. Es obvio que en este mundo de onomatopeyas sigue dando vida a
la palabra y encanta el corazón de los niños y también de los adultos, porque
en definitiva es la repetición de la vida en distintos contextos.
En el
texto: Mujer y Literatura de Graciela
Cabal, nos dice: “Escribir decía Gide en su diario, es poner algo a salvo de la
muerte”. Y eso es incluir a un poeta en el Canon Literario, es darle fortaleza
a Edith Vera, es empujar la voz para que se multiplique.
Si bien
casi toda su obra desapareció en dos incendios en su casa, ella no se enteró
porque ya no vivía allí. Esa casa la destinó para que se usara como Teatro para
niños, Biblioteca y Casa del Poeta, pero como fue de palabra no se concretó, y
quienes eran sus amigos asistieron al despojo final, llevándose a la basura los
libros y papeles, muchos manuscritos que ella atesoró por mucho tiempo.
Considero
que a veces, los poetas, como la que nos ocupa, llevan demasiadas naranjas
maduras en el alma y cuesta sostenerlas. A pesar de todo, los colores le
pintaron sus poemas. Amó demasiado lo simple, lo cotidiano, tal vez no todos
comprendieron que, dentro de esos baúles se guarda la eternidad, y digo
eternidad porque de esa manera tendría que haber formado parte del canon
literario, como una mujer valiente que se animó a mirar en redondo la vida, con
esa antítesis de día y noche, sol y luna, naranja y azul…
BIBLIOGRAFÍA:
-De Ibarbourou, Juana. El vendedor de naranjas. Pinkilaus.blogspot.com.2011.
-Montes, Graciela. La frontera indómita. México: Fondo de Cultura Económica. 2001
-Vera, Edith. Las
dos naranjas. Buenos Aires: Magisterio del Río de la Plata. 1987
-Vera, Edith. Tres
cuentos en tres nidos. Córdoba: Editorial Nuevo Siglo. Colección Dulce de
Leche. 1995.
-Imaginaria.
Revista quincenal sobre la literatura infantil y juvenil. Edith Vera Nº 267.
Imaginaria.com.ar. 2010
-CEDILIJ. EDITH
VERA por ella misma. Arte poética colectiva. 2018
-“www.cuatro gatos.orgsdocsficcion_392” PDF
No hay comentarios:
Publicar un comentario