jueves, 27 de agosto de 2020

 Un relato entre silencios y dichos: La caracola y los sortilegios de Emil García Cabot, por Marcela Lucas

En Argentina hay una Literatura Infantil y Juvenil que crece en propuestas editoriales y, con frecuencia, en calidad como una literatura sin adjetivos, parafraseando a María Teresa Andruetto (2009, p.36). En esta línea encontramos la novela La caracola y los sortilegios de Emil García Cabot, publicada en 2009. LEER MÁS

martes, 25 de agosto de 2020

Narración de cuentos de Berta Vidal de Battini: LOS CUATRO HIJOS

 

Neli Garrido de Rodríguez

 

María del Carmen Colli.

 

En momentos donde la lectura se encarna como necesidad, la existencia es efímera, el tiempo transcurre pausadamente, me encontré con una carpeta munida de copias del Profesorado en el nivel inicial (1987) de una antología de cuentos seleccionados. Releyendo el índice, visualice el título Espuma y Negrito de Neli Garrido de Rodríguez, luego, Florinda la lechuza dormilona también de la misma escritora. Proyecté en mi mente la puesta en escena del relato narrado, tantísimas e inagotables adaptaciones ante los niños, siempre en ellos esos vestigios de expectación, “mirada dialogante” y “corporalidad cómplice”. LEER MÁS


domingo, 16 de agosto de 2020

Clase 2 del Seminario del ILCH 2020

 

Edith Vera: “La niña de espuma y oro”

 Marcela Alejandra Amèzaga

 

Hay obras que trascienden en el tiempo y el espacio, a pesar de los cambios de la humanidad. Obras que persisten en la memoria de una región, de un pueblo y en el gusto de los lectores, marcan un camino diferente o amplían el universo conocido surgiendo como un milagro, con una nueva manera de ver las cosas.

Es el caso de Edith Vera, nacida un 27 de agosto de 1925 en Villa María, Córdoba. Murió en esa misma ciudad en el año 2003. La llamaban “La maga” “La hechicera “quizás por ese misterio que encerraba su vida, su evolución.

Con una existencia plagada de misterios y problemáticas, recuerda su infancia, a sus abuelos, y pinta la naturaleza circundante con su paleta de colores locales. La mudez en la infancia (dicen que no hablaba) se transformó en la voz poética que trasciende y conmueve a los lectores de todas las edades. Con una relación materna conflictiva, ella supo darle un toque de alegría al usar siempre flores en sus cabellos, característica que todos los que la recuerdan resaltan como un sello.

Fue maestra de a caballo y” princesa de las naranjas”, llamada así por el poeta Marcelo Dughetti.

Pero vayamos a su obra poética. Con  “Las dos naranjas” ganó en 1960 el concurso de El Fondo Nacional de las Artes, obra que recién pudo publicar en el año 1969. Dividida en dos secciones “La naranja dorada” y “La naranja azul”, poemas para niños que hasta Violeta Parra elegía para leerles a sus nietos y cuyas ilustraciones hizo la misma Edith.

Diría la poeta: “las cosas me salen redonditas, como las naranjas”. Y así fue. Esta obra que circulaba por las aulas era una piedra preciosa para los niños.

“Cuando tomo la sopa de fideos,

Ésa que tiene a y b y c

Y tantas otras letras,

Me causa pena.

Es como si me alimentara

De palabras hermosas

Que pudieron ser dichas

Por el viento en las ramas

O por el humo de las hojas quemadas en otoño”

Ese “alimentarse de las palabras” para transformarlas en poemas, y la necesidad de escucharlas a través de la naturaleza es su marca.

“Esta caracola

Tiene muy adentro

Y se puede oír,

El canto que trajo

Consigo del mar,

Una ola.

¡Ay, ola! ¡Ay, ola!

¡Tan lejos del mar!”

El canto que trajo Edith Vera y que sale de las profundidades de su ser en forma de poemas, expresándose a través de lo sonoro, las onomatopeyas, la suspensión de lo semántico, las jitanjáforas;  en forma de canciones de cuna, conjuros, recetas, a veces sin rima; nostálgica y melancólica expresa lo efímero de la infancia, esa infancia en la que “la niña manzana “es una pasajera.

Uno percibe entonces, un libro dentro de un libro, una invitación a la lectura que es, a la vez, una invitación a viajar en el tiempo, a ese espacio-tiempo de Edith, de mañanas de sol, de patios lleno de hormigas, ranas y gatos, de herbarios y juguetes, de noches con luna y el arrullo de las olas del mar. A lo largo de las páginas,  se va construyendo un espacio-tiempo de la infancia, de sorpresa, de curiosa exploración de los olores, colores y sabores de la niñez. No es un libro ‘pensado’ para niños. Sin embargo, a lo largo del transcurrir de los poemas y las ilustraciones, ordenados en dos secciones (La Naranja Dorada y La Naranja Azul), se vuelve clara la presencia de una autora niña-poeta que nos invita a ver el mundo con sus ojos.

Su obra es una bisagra, antecedente de la literatura infantil en Argentina, una obra selecta diseminada que fue recopilada en cierta medida por Eduvim. Y a la vez sin ser un libro álbum, a la vez, lo es. La ambigüedad caracteriza a la poeta.

 

Maestra, música, directora de jardín de infantes, ilustradora de sus poemas. Pero sobre todo, y antes que nada, todas las biografías que pude leer la retratan sencilla, generosa, de convicciones fuertes y mirada sensible. Aquellos quienes tuvieron la suerte de conocerla y frecuentarla recuperan anécdotas, la retratan siempre con poemas en papeles sueltos en sus bolsillos, listos para volar. La veo en su casa, escribiendo esos papelitos para estar preparada en los encuentros fortuitos y poder ofrecer el obsequio-poema. La imagino niña-poeta-generosa de andar cansino y, según dicen, siempre con una flor en su peinado. Rastrear y bucear en su historia abre las puertas a una vida llena de claroscuros, su vida en Villa María, su casa, sus años de estudio y de docencia, la dictadura, los allanamientos y la discriminación que sufrió durante todos esos años, incluso después en años de democracia, su reclusión en su casa a la que ya no dejó entrar a nadie, su vida humilde y a la vez cargada de poesía. El cariño con el que todas esas biografías recuperan su voz, su vida y su obra.

Aquella ambigüedad propia de los seres humanos la hace una autora siempre vigente.

¿Quién es la Edith? ¿La niña de oro, la de espuma, la que baja a tierra o sube de ella?

La retahíla”, musicalizado por el grupo La Chicharra hace que su obra permanezca, perdure en la memoria de los lectores, teniendo siempre algo que decir, como expresaba Ítalo Calvino sobre los clásicos. A través de repeticiones, anáforas y preguntas retòricas.

“Mientras te canto la Retahíla.

 

En la tierra, la cebolla,

Duerme.

En el cajón, el hilo,

Duerme.

En el mar, un barquito,

Duerme.

¿Y tú no duermes?

En la plaza, la estatua

Duerme.

En su rincón, el grillo,

Duerme.

En el cielo, Saturno,

Duerme.

¿Y tú no duermes?

 

Duerme como el repollo en la quinta,

Como el lápiz en mi bolsillo,

Como el puntito sobre la i.

Duerme,

Duerme.

 

 

La sensibilidad de su poesía, su alma angustiada que se derrama en dos versiones sobre el papel, esa angustia existencial, quizás por la traición amorosa, se agiganta y expande en la angustia de la humanidad que clama por una “completud” del ser que se siente muchas veces desintegrado. Pero qué impacto tienen estos poemas en los niños es un interrogante que puede ser contestado sencillamente por una solo razón y es que la mirada de niño va más allá de la autorreferencialidad, quedándose con lo sonoro, los diminutivos, con las imágenes y los objetos cotidianos, sumados a la cadencia, las repeticiones, las dulces anáforas e intimistas preguntas al niño, a ese niño receptivo de su estética, de su juego.

 

Quizás estas dos versiones tengan que ver con la doble mirada niño-adulto:

Versión Primera

El cielo

Deja caer la lluvia celeste.

Y yo, miro triste

Cómo se moja mi sillita de madera

Bajo los árboles.”

 

 

 

“Versión Segunda

Un manto de hilos grises.

La tristeza del mundo, desmenuzada.

Campo de lavandas, que se disuelve.

Llueve y llueve.”

“La casa azul” es otra de sus obras escrita en 2001, cuando Edith estaba en un geriátrico y según Emanuel Molina es un hecho espiritual en el mundo. Ve la vida como un sustancioso panal a pesar del allanamiento sufrido en su casa y que hizo que muchos de sus escritos se perdieran. “Vamos viejo viento…no arrebates los colores de mi barrilete” pedía la autora.

Su vida repleta de sueños  y a los que ella consideraba sin sentido “La calabaza sueña que un hada la vuelve carroza y no pasa nada”

Su lenguaje sencillo la hace universal. “Con tanto poeta postmodernista por los jardines mis junquillos se han negado a florecer” remarca la sutileza y sencillez de su uso del lenguaje al que ella quizás tratara de descubrir en sus misterios a través de las cosas que la rodeaban: “Y la violeta, atisbo del origen de las cosas de las que se presiente su aroma”. Su estética literaria es exquisita, hace de lo cotidiano algo sublime y bello.

Esa universalidad en el tratamiento de los temas, en su lenguaje, hace que se pregunte sobre temas que no pasan de moda, que pueden ser leídos en todos los tiempos. Por ello su obra está siempre vigente. Las palabras no mueren o por lo menos Edith no encontró respuesta a esa pregunta: “Sombra del paraíso/ luz de la acacia/ ¿dónde muere la vida/de las palabras?”

La transmutación de las cosas en palabras, que es la esencia humana, lo que nos diferencia del resto de la creación aparece referida en “Palabra”, obra inédita de 1993 “A cambio de un pescado/ di una palabra”. Despojando a la realidad, poniéndola en un papel “mojo sus alas “para que no cambien su significado. La creación es eso para la poeta. La escritura se convierte entonces, en una especie de refugio del mundo, en un lugar en el que todo se conserva por y para siempre. Por este motivo,  cómo no plantearnos la inmortalidad y vigencia de la escritora.

En “Láricas”, también inédita (1994) ve a los niños como seres divinos, mágicos. “Todo jardín/ tiene caminos secretos/ por donde solo andan los niños./ Porque solo ellos saben / exacto/ cuando es posible escuchar la palabra margarita/ o el silencio del caracol.” Esos niños que no dejarán nunca de serlos.

“Cuando los pájaros se bañan son pájaros de agua” y cuando Vera escribe su escritura se vuelve un clásico, para ser leída siempre. Leer la “punta del iceberg”, como decía ella refiriéndose a todos los escritos que se perdieron en allanamiento de su casa, implica degustar esta poesía exquisita, sutil y sencilla que nos sumerge en colores, olores, sensaciones.

La poeta de la indecisión, de la dicotomía propia del ser, hace que cualquiera se sienta identificado, y aunque muchos poemas no fueran escritos para niños, ellos descubren el camino, e interpretan aquello que quizás los adultos vean con otra mirada, y quizás muchos apelen a su niño interior, despierten de la adultez pasajera para validar a esta autora cordobesa que tiene su sello personal y a la vez nos hace sentir reflejados con su magia poética, que es tan necesaria en el mundo.

Sus cuentos, “Ratita gris y ratita azul”, “Un cuento para chicos” “UN explorador de palabras” “El herbolario”, “De cómo es posible ver las cosas que nunca se vieron y hacer cosas que nunca se hicieron”, “Tres cuentos en tres nidos”, “Cuento que cabe en el nido de un picaflor”…

En el primer cuento mencionado, las dos ratitas tienen miradas diferentes de la realidad y esa mirada diferente tiene sus consecuencias. Las miradas realistas de los adultos y las miradas de los niños que hacen que lo imposible se haga posible, esa actitud mágica que transforman una rama en una espada, esas miradas se dan en este cuento.

La ratita gris, es esa mirada opacada de la vida, ese sentido de la fugacidad con la que vive el adulto, contrapuesta a la forma de ver y percibir el mundo de la ratita azul, color del ensueño, de la creación poética. Esta ratita es más lerda, más lenta, eso le permite disfrutar, escuchar, ella ve todo rosado, quizás el color del amor que da vida, esa vida que Edith no pudo dar ya que no pudo tener descendencia, y que sí lo puede hacer un simple gorrión. Por él tuvo que cruzar el maizal, traspasar esa frontera, para llevar al pichón a su casa. Ese logro da felicidad, los teros lo saludan, es la naturaleza con su alegría que llena la vida de Edith, y la flor de trébol en su oreja como las flores que ella se ponía y que transmitían alegría.

El ser y parecer, la universalidad del tema nuevamente presente, expresado de una forma sencilla a través de la narrativa manifiesta ese goce estético que le permiten a Vera ser una de las mujeres escritoras instaladas en nuestra cultura, arraigada en nuestra tierra.

Edith Vera define, a través de sus creaciones y de su bagaje cultural la condición del hombre-niño en todos sus aspectos. Con su poeticidad, su valor estético, su llegada a la sensibilidad de los lectores. Su humanidad que es nuestra humanidad, con sus dicotomías, contradicciones propias del ser hacen que se siga leyendo a través del tiempo.

Sus temas son universales, el dolor, el amor, la muerte, el miedo, el ser y el destino. Y como dijo Saint-Beuve “Los clásicos se ven para entender quiénes somos y adonde hemos llegado”. Edith Vera ha llegado para eso, como le refirió a Marta Parodi (autora de su biografía), no vino por ella, vino por la casa, esa casa a la que solo ella entraba. Vino por esa casa y vino para quedarse, no en una simple lista de autoras de literatura infantil como tantas, sino como un refugio en el que los niños y adultos encuentran la calidez del encuentro. Esa es la casa, es ella misma, su obra, su legado.

EDITH VERA,UNA ESCRITORA PARA SER INCLUIDA DENTRO DEL CANON

 

ELBIS GILARDI

 

                                                                                       ¡Ah, qué bueno el olor a naranjas!

                                                                                                                    ……………………………………………………….

                                                                                          Me crié respirando ese aroma/ Y aún parece que corre en mi sangre.

                                                                   Naranjitas pequeñas y verdes/Siendo niña, enhebraba en collares”.

                                                                          Juana de Ibarbourou.

 

      Y uno se pregunta por qué las naranjas tienen esa bonhomía de cántaro en la planta. Las naranjas seguramente guardan en el corazón de la fruta todos los recuerdos de la infancia, tal vez porque de pequeña es una flor y se asemeja a la piel de los abuelos, porque es rugosa cuando grande pero más jugosa cuanto más añeja es su mondadura.

     Conociendo a Edith Vera, conociendo la escritora de frente, escuchándola, recogiendo los brotes de sus palabras para poder sembrar su esencia en mi alma, puedo decir que su obra encanta y nos pinta de azul y oro cada vez que leemos las Dos Naranjas.

      Edith Vera, nació el 27 de agosto de 1925 en la ciudad de Villa María, provincia de Córdoba, y falleció en esa misma ciudad en el año 2003. Pasó por este mundo imaginando la redondez de la naranja en la espuma ancestral de los colores.


      Esta delicada poeta se adentra en el mundo de la luz, en la magia de la naturaleza, en el acervo cultural de lo cotidiano. Edith Vera me recuerda un mundo donde  “Leer es, en un sentido amplio, develar un secreto” (Graciela Montes pág. 83) a lo que me gustaría agregar, que es además una gloriosa manera de escribir con los ojos traspasados de granadas, porque el sol duerme su esencia hasta la última hora de la vida. Y ser parte de un secreto, es casi como “encontrar una caracola/ para tener cerca el mar” (p.51)

“Una vez que se ha pronunciado

 la palabra amapola

hay que dejar pasar algo de tiempo

para que se recompongan

el aire

y nuestro corazón.

“La tortuga dice/ que para el resfrío/ es bueno bañarse/ con agua de sol.

 

 

“Y para las muelas/ que duelen de noche/agüita de luna/ con gotas de olor”. Pág.9

  Edith Vera en sus poesías apuesta mucho al sol y a la luna, dos caras con la misma esfera pero que adornan distinto el cielo y la tierra, es tal vez el paso del hombre sobre el universo, siempre eligiendo el color de la luz para iniciar un camino diferente.

  Vera se recibió de Maestra Bachiller en la Escuela Nacional de Villa María y trabajó en distintos lugares del interior de la provincia de Córdoba. En 1959 inició sus estudios en el profesorado de jardín de Infantes. Fue maestra y directora de Nivel Inicial en la escuela Normal “Víctor Mercante” hasta 1979.

 Recorriendo su obra, su forma de amar la vida, me gustó leer: “Tres cuentos en tres nidos”, una manera de arrojar luz sobre su trabajo docente en pueblos del interior cordobés, donde la naturaleza puede manifestarse de manera grandiosa; hay aves, hay pájaros, hay gallineros, hay cunetas, hay viento que transita los carriles de los días y los torna en ocasiones interesantes. En esta obra, la poeta  menciona con ternura a los animales de la cadena alimentaria, que, si bien es lo lógico, termina siendo el animal despedazado, un juguete de peluche, donde nadie muere de verdad, sino que engaña al cazador. Termina ese primer cuento diciendo. -“¿Quieres que te dé más luz? Ideal para pensar la vida con optimismo.

   En el segundo cuento, el que cae en el nido de la paloma torcaza menciona a la gallina bataraza lidiando con su pequeño hijo porque no quiere ser pollito, y permite traer a la memoria  el cuento de Villafañe; ese en que el sapo no quiere ser sapo hasta que se convence de que es lo mejor, lo más acorde a su estructura, eso para lo cual nació. Seguramente es una inquietud que, a todo ser humano nos trastoca la tranquilidad de la vida, es una época en la cual se torna necesario encontrar otras alas para desafiar la dirección del viento.   Edith Vera no fue la excepción y lo puede manifestar en sus obras.

 El tercer cuento de esta tríada, comienza con el optimismo del color: “Todo era luz en ese día de primavera”. Nuevamente los pájaros que habitan el interior de la provincia de Córdoba (en este caso), hacen su aparición: la curucucha, la lechuza, la calandria; y el amor que los pájaros se profesan sobre los alambres de los campos. Hay una predilección inocultable hacia los animales y la naturaleza en su más tibio y puro esplendor. Me atrevo a decir que toda la obra que leí de ella gira en torno al descubrimiento cotidiano de lo simple, de eso que fortalece el alma, de las inmediaciones de una realidad que  otorga permiso para soñar en plenitud.

   En una entrevista que le realizaron a Edith Vera para el Suplemento de la Revista Piedra Libre (1996), que finalmente permaneció inédita, se comparten algunos fragmentos, como por ejemplo:

  “¿Qué lugar le trae a la memoria gratos recuerdos y por qué?

 El campo, por su grandiosidad, por todo su verde, por los animales, por la hierba, por las noches estrelladas, por la libertad que me brinda siempre”.

 

 

 

 Recibió el primer premio cuando se presentó al concurso: “Campaña para una buena literatura para niños”, en el año 1960, motivada por la profesora María Luisa Cresta de Leguizamón; organizado por el Fondo Nacional de las Artes, por su obra “Las dos naranjas”,

publicado recién en 1969. Un libro que se divide en dos partes: la naranja dorada y la naranja azul. Y el Premio “Alberto Burnichon Editor”, al libro mejor editado en Córdoba en el bienio 1997/1999, por El libro de las dos versiones.

   Los colores son constantes en la obra de Edith Vera. Uno de los poemas que me atrapan de la naranja dorada es el siguiente:

Mi abuelo nació en un mapa

de tierras color de miel,

con un mar inquieto y bravo

y barquitos de papel.

Un día salió en un barco

Diciendo: ¡Adiós, adiós!

Lo despidieron dos gatos,

Un grillo y un ruiseñor.

  El mapa de la vida, un elemento que nos transporta a una tierra o a un continente que fue dotado de color miel, porque la entraña de la tierra así lo amerita, porque la miel es abeja, es flor, es raíz que presiente el vaivén de un barco en pleno océano, es un abuelo afortunado, lo despidieron dos gatos, un grillo y un ruiseñor. El mapa de la vida necesita atributos para crecer lozano, en medio de un mar inquieto y bravo; encuentra en el camino quien lo reciba y quien lo despida. Mi intuición me dice que tal vez haya sido una carencia en su vida. Esa búsqueda del ruiseñor que sobrevuele sus anhelos y sus soledades.

  Yo considero  que Edith Vera debe componer el canon literario, porque tiene voz propia, porque su tierra literaria florece, prospera en medio de los colores cálidos de la vida, porque Edith Vera necesita ser nombrada muchas veces por la luna, por el sol, por los pájaros, por los otros poetas y escritores, porque hay que reconocer la fuerza de su obra. ¿Será que no gritó con fuerza la palabra? ¿Es necesario el grito  para que se escuche el ardor y la fuerza? Yo creo que sí, se da, porque ella nos interpela: “Hay un reloj/ que da la una,/ que da las dos, pero no da las tres./ Con unas gotas de miel/ mejora un poco/ y da las cuatro,/ las cinco,/ las seis/ ¡pero no da las tres!. Nos enseña cómo hay que hacer para que funciones, y otra vez la miel, otra vez el elemento que entroniza la palabra, que ordena, que se mueve de contexto: “Fa,sol…” El sol como nota musical intenta liberar el canto y arracimar el calor en la voz.  

Su fuerza está en la cuerda que propina al reloj para seguir tictaqueando, para despertar cada mañana a los pájaros, para no morir en el brocal del día.

  Y la obra de Edith Vera sí debe constituir el canon porque no ha sido tocada por el mercado Editorial, ella es por sí misma, es materia pura,  es  obra al natural, por el candor, por el amor a las cosas simples de la vida, porque escribe y vuelve a escribir en los renglones, lo hace desde la mentalidad de los niños, aunque se mete en la sangre de los adultos.

  Edith Vera publicó: “Las dos naranjas”, “La casa azul” (escrito en 1972/73) editado 30 años más tarde, “La palabra verde y los caracoles 1978/9, “El conventiyo verde (1983/4), nunca se

editaron; “El explicador de palabras” (1980) también inédito. Cabe destacar que, durante unos años dejó de escribir, nuevamente sintió la potencia de la creación en 1990, escribió otros seis libros de poesía:

“Del agua, de los Pájaros, de los Cielos y de los Quehaceres Terrestres” (1993)

“Palabra” (1994)

“Láricas” (1994)

“De recetas y Testamentos (1994) Todos sin editar, y dos en 1995 que luego fueron publicados por la editorial “radamanto” de Villa María, en ediciones como “Pajarito de agua” y “El libro de las dos versiones” (1977 y 1978). En 2001,  editorial Garabato de Córdoba, le publicó “La Casa Azul” que había escrito en 1972. De los 10 libros de poesía se publicaron solamente cuatro.

  En 1998 Ediciones  Radamanto también editó- dentro de la Colección de Plaquetas Del Herrero- “Cuando tres gallinas van al campo”.  Los cuentos “Ratita Gris y Ratita Azul” y “De pata en pata, de pico en pico, de ala en ala”, fueron publicados en un mismo libro por Propuestas Ediciones en su Colección Cuentos de la Vereda (1977). Y “Tres cuentos en tres nidos” formó parte de la Colección Dulce de Leche (1995), que se entregaba junto al diario La Voz del Interior . Muchos poemas se encuentran en diversas antologías, en diarios y revistas.

 Leyendo sus poemas, me detuve en uno de ellos que, como ya sabemos la autora no pone títulos, pero bien se pueden identificar: “Desde hace largo rato/ Miro pastar a una oveja/. /Olfatea, elige/ y muerde la hierba/Suave, suavemente./ De tanto en tanto/ Se detiene/ Y bala./Rosa amarilla en su garganta/ Color deshecho en el aire.”

   Y pienso, las ovejas podemos ser los hombres, libres del pastor, podemos elegir, observar, olfatear, cambiar de parecer, amar, odiar, perseverar, quedarnos…, ella puede ser esa oveja. Una poeta que tal vez bala sus alegrías, sus dolores y hace que el mundo también la vea y se vea, que de pronto, pastar, sea una manera de encontrar en el otro la verdad del amor. La garganta de la oveja se convierte de pronto en rosa amarilla y puede derogar o instituir la alegría, el optimismo, también el deterioro, por eso suele deshacerse en el aire. Yo imagino su oveja interior, sus vaivenes al morder la hierba, también la imagino balando su propia prosapia, su candor de poeta en medio de un campo cubierto de pasto sobre la inmensidad del universo.

María Teresa Andruetto afirma: “Debo decir que si la poesía, la verdadera poesía, es difícil de encontrar en este mundo, la poesía para los chicos es infinitamente más difícil, infinitamente más inencontrable. En un campo tan resbaladizo, tan trajinado por el deseo de agradar, por las obligaciones pedagógicas, por el empeño en lo que debe ser, por lo políticamente correcto, por los manuales de buenas costumbres, por las necesidades curriculares, encontrar expresiones de auténtica poesía ha sido siempre un milagro. Un verdadero milagro”.

  Entonces es muy factible  pensar que Edith Vera es ese milagro del que habla María Teresa Andruetto, y si es un milagro debe ser parte del pabilo que se mantiene encendido en el Canon literario, a pesar de los años, tiene que ser parte de ese milagro, porque Edith Vera camina sin mirar el agrado, más bien tiene puesta su meta en el alma del niño, del adolescente, del adulto, de quien por un instante se considere palabra.

  Me gusta el milagro de Las dos naranjas porque tiene una función lúdica, mediante el uso de onomatopeyas: “Compré una cajita/ de plata muy fina/ y si quiero abrirla/ le debo decir:/ Galipán, pin, pan/ pan, pan, pin, pan”. Compré un baulito/ de cuero bonito/ y si quiero abrirlo,/ le debo decir:/ peripón, pin, pon/ pon, pon, pin, pon/ Y en un pin,/ y en un pon,/ salta en ellos/ un bombón”.

  Y en ese despliegue de gallinas, de animales, de flores, de campo, de colores, de lunas y de soles, el mundo que es un campo resbaladizo, se torna una pluma de seda: “Tengo una gallina/ con pico de lata/plumitas de seda/ cola de cartón./ ¡Clo…clo…Clodomira!/ ¡Clo…clo…Clodoveo!/ Así ella me avisa/ que ha puesto su huevo.  Es obvio que en  este mundo de onomatopeyas sigue dando vida a la palabra y encanta el corazón de los niños y también de los adultos, porque en definitiva es la repetición de la vida en distintos contextos.

   En el texto: Mujer y Literatura de Graciela Cabal, nos dice: “Escribir decía Gide en su diario, es poner algo a salvo de la muerte”. Y eso es incluir a un poeta en el Canon Literario, es darle fortaleza a Edith Vera, es empujar la voz para que se multiplique.

  Si bien casi toda su obra desapareció en dos incendios en su casa, ella no se enteró porque ya no vivía allí. Esa casa la destinó para que se usara como Teatro para niños, Biblioteca y Casa del Poeta, pero como fue de palabra no se concretó, y quienes eran sus amigos asistieron al despojo final, llevándose a la basura los libros y papeles, muchos manuscritos que ella atesoró por mucho tiempo.

   Considero que a veces, los poetas, como la que nos ocupa, llevan demasiadas naranjas maduras en el alma y cuesta sostenerlas. A pesar de todo, los colores le pintaron sus poemas. Amó demasiado lo simple, lo cotidiano, tal vez no todos comprendieron que, dentro de esos baúles se guarda la eternidad, y digo eternidad porque de esa manera tendría que haber formado parte del canon literario, como una mujer valiente que se animó a mirar en redondo la vida, con esa antítesis de día y noche, sol y luna, naranja y azul…

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

-De Ibarbourou, Juana. El vendedor de naranjas. Pinkilaus.blogspot.com.2011.

-Montes, Graciela. La frontera indómita. México: Fondo de Cultura Económica. 2001

-Vera, Edith. Las dos naranjas. Buenos Aires: Magisterio del Río de la Plata. 1987

-Vera, Edith. Tres cuentos en tres nidos. Córdoba: Editorial Nuevo Siglo. Colección Dulce de Leche. 1995.

-Imaginaria. Revista quincenal sobre la literatura infantil y juvenil. Edith Vera Nº 267. Imaginaria.com.ar. 2010

-CEDILIJ. EDITH VERA por ella misma. Arte poética colectiva. 2018

-“www.cuatro gatos.orgsdocsficcion_392” PDF

Clase 1 del Seminario del ILCH 2020