CRONICA DE OTRA MUERTE TANTAS VECES ANUNCIA

Mónica Elsa Fornero

29 de septiembre del 2011. Esta mañana ˗como en toda primavera- el sol irradia un manto de luminosidad sobre la villa. Esta Villa María, tristemente acostumbrada a desapariciones y asesinatos de mujeres. Ayer se cumplieron seis años de la desaparición de Mariela Bessonart, un misterio sin resolver. Además de Mónica, de Roxana, de Sara, mujeres muertas en la ciudad por feminicidio. Las cifras alarman.

Claudia Analía es oriunda de Ucacha, pero reside en Villa María. Está empleada en la Municipalidad local, en el sector de Obras Privadas. Rubia, estatura media, amplia sonrisa, a mitad entre los treinta y los cuarenta, es decir, ¡muy joven! Y además mamá de una niña de once y de un niño de cinco años.

¿Qué conexión tienen este 29 de setiembre y Claudia? Tal vez que es primavera, y que en su alma también anida la primavera porque es libre. ¿Libre? No, todavía no. Para eso falta un poco, todo depende.  En breve tendrán otra conexión, más profunda, más terrible, irremediable.

 Hoy después de cuatro meses de separarse; de terminar una relación que tenía que terminar va a encontrarse con Cristian, el padre de sus hijos, que insiste en volver a hablar, hablar de qué, todo fue dicho demasiadas veces, pero los hombres, no todos, pero los que no entienden que no es no, y que si no quiero, no quiero, insisten. Sus hijos concurren al Colegio Víctor Mercante que dista una cuadra de su trabajo, por ese lado está tranquila, los tiene cerca.

 Es más de media mañana y recibe un llamado. Se excusa en la oficina, pide que la cubran y sale, sale a pesar suyo, a pesar de todo, a pesar de la amiga y compañera que le dice -no vayas...

Ya en la vereda el sol le hace cosquillas hasta que le arranca una sonrisa y ella sin demasiado esfuerzo sonríe. Sin embargo, se advierte tensa, Cristian la está esperando. Subirá a su auto.

Si supiéramos de antemano nuestro destino haríamos lo imposible por torcerlo. Pero no funciona así, se nos tiene prohibido conocer el futuro. No sabemos con lo que nos vamos a encontrar a la vuelta de la esquina o al subir al auto de un ex.

Cristian, joven villamariense de estatura media-alta, contextura amplia, antejos, de pelo oscuro, celoso, insistente, empleado de comercio en horario de trabajo, anda en la calle. Sus habituales tareas, se lo permiten. Llama a Claudia y después de reiterados pedidos para conversar, recibe un “sí”.

 Un Volkswagen Senda celeste, propiedad de una empresa de colocación de alarmas dobla la esquina de Mendoza hacia Sobral, a marcha lenta, como paseando y se estaciona. Cristian avisó que se demora. Se acerca el mediodía de este jueves laborable y primaveral de setiembre.

¿La citó? ¿La sigue? Estas preguntas las harán los investigadores más tarde.

Ella duda. Abre la puerta del vehículo y sube. Momentos más tarde la discusión es acalorada. No hay vuelta atrás. No habrá más charlas ni reconciliaciones. Tampoco más acoso. Cuatro meses de separados y Cristian no entiende, no quiere entender que Claudia dijo basta y que ahora lo ratifica.

Los transeúntes caminan despreocupados. El bullicio que se escapa de las ventanas abiertas del colegio es ensordecedor, pero quienes transitan esta zona están acostumbrados. “El Riva” está a pleno con las clases. En las aulas, de pronto se hace el silencio, solo roto por gritos desgarradores que vienen de afuera. Gritos de auxilio. Los estudiantes y las profesoras se apretujan contra las ventanas. Y lo que ven los deja sin aliento. 

Una mujer se baja de un auto, con el rostro bañado en sangre. Hace unos pasos y cae. Por detrás un hombre de remera azul, pantalones claros, de anteojos, blande una maza de construcción y se detiene junto a la mujer caída que ya se arrastra y la golpea una y otra vez.

Y el tiempo se detiene para ese cuerpo al que se le está escapando la voz, la respiración, la vida.

El hombre deja caer la maza al lado de su exesposa que yace inmóvil. Se retira sin dejar de mirarla. Los pantalones, la remera, la cara, los anteojos están manchados, prueba contundente de su crimen. Camina, no escucha los gritos de terror de la gente. Está hecho. Claudia no volverá a estar con él, pero tampoco con nadie más.

La policía llega como es característico con un despliegue de sirenas y móviles. Bajan varios efectivos. Han llegado a la escena de la tragedia. También una ambulancia a toda velocidad viene por Sobral y se detiene bruscamente abriéndose paso entre los curiosos.

Cristian está sentado en un banco del lado de las vías. Un efectivo lo custodia. ¿Crónica de una muerte anunciada? Me acuerdo de García Márquez. La consumación del hecho no admite duda.

 Hoy es un día que los villamarienses recordarán por siempre. Los testigos tendremos pesadillas quizá por mucho tiempo. La familia, un dolor que les atravesará el pecho toda la vida. Los hijos, otra vez unos hijos, se quedan sin padres.

La muerte de Claudia no es más o menos dolorosa que todas las muertes de otras mujeres ˗víctimas de asesinato a manos de su amante, marido, novio o ex- antes que ella. La de Claudia es shockeante porque ocurre a plena luz del día en la vía pública.

 ¿La psicología, la neurociencia, la genética, la criminología podrán darnos una respuesta? O las deberemos buscar en la cosmovisión que tiene el machismo: la mujer ha sido siempre objeto de propiedad del hombre, por lo cual se puede hacer con ella lo que se quiera, incluso matarla.

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. DESGARRADORA Y RECURRENTE HISTORIA QUE CONMUEVE EN ESTE DESCRIPTIVO Y CLARO RELATO.

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