Al margen de las denuncias con las que nos interpela cada poema y relato de Basta de mordazas, las autoras han cuidado que cada detalle del libro comunique precisamente lo que no se puede transmitir en palabras, porque excede lo humano: la violencia y sus máscaras, los abusos, la inocencia desgarrada, el engaño, la tortura física y psicológica, el fin de la civilización.
¿De qué forma lo logran? Para empezar, desde la contundencia del título, con su imperativo “basta” y la fuerza de la palabra “mordaza” que no sólo alude a censura y tortura, sino que su misma sonoridad transmite dolor y aspereza. Pero al oponer a esa rotundidad el recurso de los puntos suspensivos y las minúsculas para encabezar cada una de las cuatro secciones, potencian el impacto. Esa frase, que es una continuación de lo no dicho, al quedar incompleta nos incomoda, nos hace sentir una tensión que pone de relieve la dureza del contenido.
Esto me recuerda la novela breve El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, y dos instancias que evidencian tal espanto, que excede toda posibilidad de enunciarlo. Marlow es el narrador de la novela, un marino inglés que le cuenta a un grupo de amigos cómo tuvo que internarse en el peligroso y serpenteante río Congo en busca de Kurz, un oscuro comerciante de marfil del que no se sabía nada desde hacía tiempo. El río es el escenario de un relato tan perturbador que el narrador no podrá nombrarlo.
La segunda instancia es una de las más famosas citas literarias: cuando Marlow finalmente encuentra a Kurz, lo ve transformado en la encarnación del mal, ha cometido las atrocidades más inimaginables, aterrorizando a los pobladores para explotarlos, sumiéndolos en una esclavitud pavorosa. Al llevarlo de regreso a Inglaterra, Kurz -al borde de la muerte- visualiza las imágenes espeluznantes de lo vivido, quiere expresar lo que no puede ser dicho y en estado de estupor solamente atina a susurrar: “el horror, el horror…” De eso se trata el recurso del título categórico Basta de mordazas en oposición a los de las secciones.
Dicho esto, me gustaría concentrarme en un poema de Graciela y otro de Teresa - mejor dicho dos ejemplos de prosa poética- que he elegido sin respetar la agrupación propuesta por las autoras sino con “un orden diferente” (tomando prestado el título del poemario de Graciela Bucci)
“Sospechar la caída” de Graciela Bucci, ubicado en la Sección I “… de la niñez” y “Por qué la guerra” de Teresa Palazzo Conti, correspondiente a la Sección II “… del maltrato físico y psicológico”. En ambos poemas sus protagonistas son niños o adolescentes que han sido engañados, han sido llevados con falsas expectativas y abusada su confianza.
Ambos textos tienen gran poder de síntesis y son de dolorosa lectura.
Sumado a los recursos mencionados arriba, “Sospechar la caída” y “Por qué la guerra” comunican lo inenarrable desde la arquitectura misma de los poemas, desde lo visual.
Los espacios no separan “estrofas” sino que son abismos del alma. Al suprimir los signos de puntuación, nuestra subjetividad organiza los textos con la versión que existe en nuestras mentes y en nuestros corazones. Cada persona impregnará el poema con su propio bagaje, entenderá las pausas a su manera, le dará el ritmo de sus latidos, respirará donde crea necesario y así los volverá dolorosamente íntimos y únicos. Eso haré yo al leerlos en voz alta para compartir mi visión de los mismos. Mi interpretación.
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