Ya nadie da las buenas noches

Por Ana Schultschik

Apenas pasados los 50, por obra y arte de esta diplomatura, recordé a García Ferré. No particularmente a Trapito, pero sí a Petete, a Hijitus, al profesor Neurus…Y sí, crecí con ellos. Petete en una tele gigante en blanco y negro dando las buenas noches con Julio Iglesias, Gachi Ferrari o las Trillizas de Oro (pensar que ya nadie da las buenas noches), los personajes que venían en los chocolates Jack, las revistas… 

Símbolos de una niñez más ¿inocente? ¿educada? ¿cuidada? Quién sabe. ¿Están vigentes hoy los valores, los códigos, las conductas, tanto de los adultos como de los niños, de esa época? Definitivamente, no. Somos nómades en este mundo que tanto ha cambiado, donde nuestro lugar está aquí y a la vez en ningún lado, por inconformismo, por necesidad de cambio constante, por pereza, por ansiedad. ¿Qué nos pasó que todo da igual? Que es lo mismo saber que no saber; ser buena persona que no serlo; porque no ser buena persona hoy significa la plenitud económica, a veces confundida con felicidad; el poder significa hacer daño, abusar, derrotar al “enemigo”, como si todo fuera cuestión de vida o muerte. Y allí surgen Petete y Trapito que se destacan...


Petete como narrador, con su lenguaje cuidado y culto, su hablar con ritmo y rima, una apariencia suave, movimientos armoniosos, dulce.  Ofrece sus conocimientos a niños ávidos de adquirir nuevos conocimientos. Niños educados, que no gritan, que preguntan lo que quieren saber muy educadamente, que tienen un lenguaje casi de adulto. Por otro lado, está Trapito, ese espantapájaros solitario, quieto, estático, que solo reacciona cuando en su vida aparece un pajarito, Salapín, en medio de la tormenta. Y a partir de allí los cambios, las aventuras, los viajes, el descubrimiento de todo lo que perdió en su estancamiento. El viaje que emprende con su amigo (su ilusión perdida y reencontrada) le muestra que nada es perfecto, que el mundo que recorre tiene buenas y malas personas, aunque a él se le revele tarde (una tardanza producto de su ingenuidad). Un viaje en el que descubre que un extraño (como Larguirucho) puede convertirse en un buen amigo cuando se comparten valores y expectativas. Que muchas veces lo que parece ser un amigo en realidad nos tiende trampas, nos engaña y nos miente (como el cuervo). Que el trabajo y las actividades diarias pueden ser nuestros carceleros que nos atrapan y no nos dejan salir de nuestra rutina (como para él fue el pulpo).

La película tiene situaciones de complicidad entre personajes, momentos graciosos, matizados con música alegre, como cuando acompaña al pirata o a Salapín, pero que se vuelve triste, lánguida y casi imposible de cantar para una persona que no sea cantante lírica, cuando presenta a Trapito, aun cuando sea repetitiva y suave. También suena una marcha con un cierto aire militar de breve aparición, e incluso los animales acompañan con sus sonidos propios algunas canciones. Música con acordes de ópera acompaña la batalla bajo el mar que guía un valiente caballito de mar que hace de general. Las letras son muy bonitas, invitan a la reflexión.

Las imágenes son muy claras, de colores fuertes, vibrantes y plenos; el cuerpo de los diferentes personajes se mueve con ritmo y plasticidad, acompañando música y momentos; los rostros acompañan con sus gestos los hechos narrados. Los sentimientos y los valores (y disvalores) se hacen presentes fuertemente en los personajes: el amor, la compasión, el autoritarismo, el mal, la tristeza, la mentira, la ilusión, la verdad, la determinación de rescatar y ayudar al otro (a Salapín o a Trapito, a la mamá chancha o a la sirenita), el optimismo. La ambición desmedida se presenta clara en la búsqueda de las perlas, en realidad lágrimas de sirena, acompañando la maldad, la oscuridad (literal y figurada) y la fealdad de un par de personajes. Las comparaciones como las de las perlas con gotitas de cristal hacen referencia a un sentimiento de tristeza por parte de la sirenita. La maldad se representa en el pulpo y su ejército armado.

En resumen, toda la gama de sentimientos humanos, buenos y no tanto, representados en una película infantil que nos deja la enseñanza de atreverse a cambiar, que eso es posible y que los buenos siempre ganan (aunque en nuestro tiempo no sea tan así).


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