MISTERIOS, BUSQUEDAS Y REVELACIONES en “La caracola y los sortilegios” de Emil García Cabot

Por Verónica Benítez

La preadolecencia es una etapa vital que se ubica entre los 12 y 14 años, tendiendo un puente desde la infancia hacia la adolescencia. Es un período de transición en el que niños y niñas experimentan cambios biológicos, psicológicos, cognitivos y sociales dando lugar a contradicciones, duelos y rupturas. Se inicia el proceso de individuación, de búsqueda de la identidad, a fin de construir la propia personalidad. 


La caracola y los sortilegios de Emil García Cabot es una nouvelle de aventuras con características maravillosas que relata las vivencias de un niño de 12 años, Leonardo, quien cada verano pasa sus vacaciones en la casa de la playa junto a su abuelo, tíos y primos. Así lo cuenta el autor (2009): “En la casa de la costa pasábamos el verano el abuelo y tía Adelaida, a menudo tío Juancho, casi siempre nosotros, los primos, y por supuesto nuestros padres, aunque ellos sólo iban los fines de semana hasta que les llegaban las vacaciones, generalmente en febrero, que era cuando poco a poco empezábamos a darnos cuenta de que el verano se acercaba a su fin y de que muy pronto deberíamos decirle adiós a nuestra vida a cielo abierto.” (p.1)

Sin embargo, aquel verano no sería como otro de los tantos vividos en la casa de la costa. Algo cambiaría en Leonardo. Las fronteras de la infancia comenzarían de a poco a difuminarse. 

En la primera línea del primer capítulo, García Cabot, brinda detalles indiciales que sugieren al lector que aquel sería un verano de misterios, descubrimientos y revelaciones: “La casa (¿era del abuelo, de tío Juancho o de don Ramón?) estaba a un paso del mar y bastante cerca del casco de La Miralejos. Un lugar, según el abuelo, “donde se puede saber muy bien lo que son el agua y la arena, el sol y la sombra”. (p.1)

El relato se despliega página a página a través de la voz de Leonardo, no obstante, emergen otras voces que también cuentan, desde su mirada y subjetividad. Así, se va hilvanando un relato con una marcada polifonía literaria, definida por Mijaíl Bajtín como “la pluralidad de voces y conciencias independientes e inconfundibles (…)” (1988)

A través de un lenguaje poético y una multiplicidad de imágenes sensoriales que dan semblanza a los personajes más jóvenes (Leonardo, Celeste/Virginia, Fernando y Diana), La caracola y los sortilegios se vuelve una metáfora de la etapa preadolescente. Sostiene Bertha Bilbao Richter: “Además de una finalidad informativa y de reflexión crítica, pretendo reavivar el interés por los estudios sobre la literatura destinada a una franja etaria (12 a 14 años) con el deseo de que quienes tienen la responsabilidad de ser mediadores u orientadores de lectura valoren esta novela que da cuenta de la condición existencial del preadolescente:  su búsqueda de conocimiento sobre la naturaleza, su observación de los procederes de los mayores, sus diferencias individuales con otros chicos de la misma edad, los lazos socio afectivos, el enriquecimiento de la fantasía y de la creatividad, su inclinación al refugio gratificante en un mundo ilusorio, propio e incomunicable, pero que no inhibe para las relaciones interpersonales, los juegos compartidos, reales y simbólicos, sus necesidades e intereses, las difuminadas fronteras con el mundo de los adultos, y su inserción en el mismo, entre otros tópicos expuestos”. (2015)

Al ser éste un periodo de transición niños y niñas aún mantienen conductas infantiles a la vez que comienzan a dar indicios de independencia. Se observa la necesidad de expandir los propios límites e intereses, de explorar el mundo y vivenciar la sensación de libertad, sin estar condicionado permanentemente a la mirada de los adultos, y en este sentido el tiempo libre y las vacaciones en la costa son un contexto propicio. En palabras de María de la Paz Pérez Calvo: “El tiempo de ocio o tiempo libre, como su denominación lo anticipa, es el tiempo, no solo de disponer de horas a gusto y voluntad del joven poseedor de tan brillante tesoro, sino de contar con la libertad para dar rienda suelta al juego y la creatividad. Interesante es considerar que la riqueza de este tiempo radica, justamente, en su limitación. Es el ‘tiempo no libre’, el tiempo regido por un horario escolar o tareas a cumplir, el que permite que, cuando llegan los días de despertarse sin horario y no tener ‘nada’ que hacer, éstos se vuelvan ricos en posibilidades, innovaciones y creatividades”. (2021) García Cabot, lo cuenta de este modo: “… Pero como a la playa no la limitaba alambrado alguno, era por donde de vez en cuando me echaba a caminar solo hasta muy lejos, sin otra meta que la de un médano o montículo que pudiera  llamarme la atención, como así también cualquier mancha o bulto indefinido que hubiese dejado la marea entre la resaca, o aquello que, ondulando a cientos de metros de donde me hallaba, por momentos parecía desplazarse sin tocar el suelo y que en definitiva no era otra cosa que el efecto de la intensa resolana en los días en que el calor era más intenso.” (p.6)

Se empieza a develar el proceder de los mayores y se abren, en ocasiones, intersticios a través de los cuales “espiar” la vida de “los grandes”. En ocasiones, difícil de tramitar para un sujeto en desarrollo, dando lugar a las propias interpretaciones, a la imaginación y a la emergencia de temores y fantasmas. El mundo adulto se enviste de misterio: “Porque sombra no es solo lo que proyecta una nube, un árbol o una casa. Sombra es lo que se le mete a uno adentro con una mala noticia o con un mal pensamiento. Sombra es lo que nos crea duda. Y sombra es lo que nos echa encima el miedo, acobardándonos y entristeciéndonos hasta el punto de dejarnos sin saber qué decir ni qué hacer.” (p.30) 

En la novela los protagonistas niños, cada uno desde su contexto familiar y realidad, comienzan a descubrir situaciones del mundo adulto e insertarse de a poco en él.

En el caso de Leonardo el conocimiento de la enfermedad de su tío Mario, padre de Fernando, su primo y compinche, y una aproximación a la idea de la muerte: -“Pero aquella noche tardé en dormirme mucho más que de costumbre porque, apenas tomé plena conciencia de lo que significaba la muerte, me puse a pensar en un Fernando huérfano de papá, cuando él todavía era un chico como yo.” (p.15)   y la posibilidad de perder la casa familiar de la costa: –“Lo cierto es que si yo ahora tenía una idea más exacta de por qué pasábamos allí todos los veranos, también me di cuenta de que, la que sentíamos nuestra casa, podía dejar de serlo en cualquier momento, y todo por una cuestión de papeles, o algo así.” (p.41) 

En cuanto a Fernando y Diana el conocimiento de la enfermedad de su padre:     “ -Papá, ¿sabés? -me confió Fernan atropelladamente, sin duda más nervioso por lo que me iba a decir que por la posibilidad de que nos descubrieran cuchicheando en vez de estar haciendo lo que nos habían mandado a hacer-. Parece que no va a volver a caminar.” (p.44) 

Celeste es quien se encuentra en la posición de mayor vulnerabilidad, ya que su familia ha perdido todo en un incendio por lo que ella debió ser separada de su núcleo familiar e ir a vivir con una tía, debiendo, además, abandonar de forma temporal la escolaridad: “Pero como a Celeste no le gustaba vivir allí, y mucho menos con esa mujer, se había propuesto valerse de las artimañas que estaba aprendiendo, para hacer que vinieran a buscarla de su casa de una vez por todas, y que de no vivir tan, tan lejos, nos aseguró, ya se hubiera ido sola, aunque tuviese que caminar el día entero y pasar una noche a la intemperie”. (p.85) 

En palabras de Marcela Lucas: “Estas infancias posibilitarán en la novela poner a la vista complejidades de la sociedad tan despareja, en la que coexisten en el mismo tiempo y espacio, condiciones de vida muy diferentes”. (2018)

El preadolescente comienza a buscar su identidad, por lo que debe progresivamente dejar atrás su condición de niño. Este proceso es intrínsecamente conflictivo y está signado por duelos y rupturas. 

La metáfora de la luz y la sombra que el autor expresa en varios pasajes de la novela define lo complejo de esta etapa vital. En palabras de Emil García Cabot: “A esa hora, y bajo un cielo al que parecía que se hubiese elevado un humo negrísimo, la oscuridad, mucho más pronunciada que en la playa, me recordó que, como decía el abuelo, estábamos en “un lugar donde se puede saber muy bien lo que son el sol y la sombra””. (p.29) 

El progresivo desapego de las figuras parentales y referentes de la infancia da lugar a un pasaje a la exogamia que permite la entrada de nuevas personas que se vuelven referentes significativos. El universo de niños y niñas se expande y se integra. 

Sin embargo, en La caracola y los sortilegios se advierte una revalorización de las figuras familiares, es precisamente este vínculo de apego primario el que facilita que niños y niñas puedan explorar el mundo con seguridad y confianza. El entrañable vínculo entre Leonardo y su abuelo, con quien comparte conversaciones y caminatas durante la tarde, y el cuidado que unos a otros se brindan, ponen de manifiesto la importancia de la familia como ese lugar de amor y seguridad, en especial durante la infancia.

Durante ese verano, Leonardo conoce a un pescador quien le enseña asuntos acerca de la pesca y a escuchar el sonido del mar por medio de una caracola, a quien considera su amigo. Se puede observar una similitud en los personajes del pescador y el abuelo, ambos transmisores de enseñanzas y valores, como la importancia de la palabra, la escucha, la prudencia, la paciencia, la empatía y solidaridad, la observación de los fenómenos que suceden en la naturaleza, el valor del trabajo y el esfuerzo. Valores que nutren a la configuración de la mismidad, del sí mismo, en la etapa preadolescente, y se vuelven un faro que guía y echa luz en momentos difíciles en la vida adulta: “¿Descubría yo solo esas cosas, o era el abuelo quien me las hacía ver en todos sus detalles y en todos sus aspectos? Porque había que verlas de verdad, según él, para luego solazarnos recordándolas durante el resto de nuestras vidas, tanto en los buenos como en los malos momentos”. (p.42)

En contraposición, en ocasiones, la pérdida de la condición de niño se da de forma prematura, abrupta, por circunstancias que exceden el marco del desarrollo personal y esperable. Muchos niños y niñas se ven obligados a abandonar el “como sí” de los juegos de infancia para enfrentar la vida real. 

La construcción de una nueva identidad en el personaje de Virginia se vuelve un intento de recuperar esa infancia que parece perdida. Jugando a ser otra -Celeste-, por medio de los juegos en la arena y los sortilegios, busca transformar, aunque sea por un momento, su propia realidad y revela al lector preadolescente que, a pesar de las adversidades, hay otros caminos posibles. Así lo cuenta García Cabot: “Tenía el pelo recogido en una sola trenza rubia, estaba muy tostada por el sol, y le gustaban… bueno, los juegos que se van inventando a medida que uno los juega.”. (p.16)

“Lo que a mí me sonaba tan divertido, a Celeste no parecía hacerle la menor gracia, dado lo seria que había estado todo el tiempo. Apenas le puso fin a su canción, se me acercó de tal modo que creí que iba a darme un beso, pero tan solo me susurró al oído, con aire y tono muy misteriosos:

-Ahora puedo estar tranquila. ¡Es un sortilegio! Pero ¡no lo deshagas, Leonardo, eh! -me advirtió, refiriéndose a las figuras”. (p.19)

En la preadolescencia, ligado a la necesidad de independencia, se empieza a configurar un mundo de intimidad. En ocasiones, el preadolescente guarda sólo para sí ese nuevo mundo que empieza a descubrir. Así lo cuenta Emil García Cabot: “Después de visitar un par de aquellos escondrijos, me quedé tan tranquilo como cuando comprobaba que algo que yo había guardado celosamente, continuaba en su lugar sin que al parecer nadie lo hubiese tocado.” (p.27) 

Crecen concomitantemente el mundo externo y el mundo interno. Surgen nuevas emociones y sensaciones, a veces el preadolescente comienza a experimentar el sentimiento del amor. El deseo del encuentro con ese otro que genera ilusión y fantasía: “Una vez en casa, me sentí muy raro. ¿Era a causa de lo que le había visto hacer a Celeste y de lo que ella me había dicho? ¿O el verdadero motivo era que simplemente deseaba volver a verla cuanto antes? 

¿Y lo deseaba porque ella era tan linda como su voz y su canto, o porque con su juego me había introducido en mundo nuevo, de diversión y encantamiento?” (p.19)

La exogamia implica también en la preadolescencia la inclusión en grupos de pertenencia e identificación. La grupalidad cobra una gran importancia y los grupos, en ocasiones, se vuelven pequeñas tribus con características propias que las definen y les dan sentido. 

En la novela Leonardo, Fernando y Diana mantienen un vínculo cercano y afectuoso ligado al amor fraternal que los une, pero también, debido al tiempo que comparten cada verano en la casa de la costa, las aventuras, los juegos, los secretos, los pactos y el cuidado que entre los tres se prodigan, y junto con Celeste conforman una pequeña sociedad secreta en la que los juegos se vuelven ritos, por medio de los cuales intentan cambiar algo de su realidad que los angustia y les duele. Así lo expresa el autor: “Finalmente, para rodear todo el asunto de la mayor solemnidad posible, me fui de una corrida al escondite de mis cosas en busca de la cajita de los huevos, sobre la que, después de que les echaran un vistazo y encimando las tres manos, sellamos el pacto de fidelidad a nuestro secreto con el más serio de los juramentos.” (p.71)

En efecto, aquel verano no fue como cualquier otro. Los hechos sucedidos, extraños, maravillosos imprimieron en Leonardo emociones, sensaciones y aprendizajes que, ya en la adultez, conserva en su interior, y que, en definitiva, lo hicieron ser la persona que es, lo hicieron ser él mismo. En palabras de García Cabot: “Por eso es que aún hoy, no obstante, el tiempo transcurrido desde aquellos inolvidables días en la casa de la costa, la caracola continua en su sitio sobre este escritorio, al alcance de mi mano. Y no solo conserva intactos su terso colorido y el perfecto acabado de sus formas, si no también aquella voz, aquel cavernoso “¡Oooh!” del mar que, esté yo triste o alegre, ansioso o desganado, y cualquiera sea el interrogante que me lleve a escucharlo, invariablemente me revela algo de mí mismo…” (p.103)

La etapa preadolescente llena de cambios, interrogantes, inquietudes, deseos, temores, impulsa la búsqueda de respuestas. Crecer implica encontrarse también con las propias sombras: “No basta que sea de día para que haya buena luz, ¿eh? Ya viste que hoy casi no asomó el sol. Y que aquí, en el monte, está más oscuro que en la playa. Pero si no hubiéramos estado allí hasta hace un momento, no lo notaríamos tanto”. (p.30)

En este camino de búsqueda La caracola y los sortilegios de Emil García Cabot se torna un relato emotivo, que tiende puentes, reconforta, y brinda al lector preadolescente la ilusión de encontrar alguna certeza, una revelación entre tanto misterio. 

Verónica Benítez




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