La larga calle del barrio (una mirada facetada)

Por Jorge Baudés

Detenerme frente a un libro, contenedor de historias, frente a una novela, amalgama de sensaciones e introducirme en la zaga, sintiéndome un observador privilegiado al lado de cada protagonista, sintiendo sus respiraciones y latidos, leyendo sus pensamientos,  aún sin comprenderlos,  es un desafío que hoy me atrevo a asumir como lector.
                      Cada obra se asemeja a un prisma en el cual cada faceta nos muestra una cara diferente y, solamente tomando respetable distancia podemos visualizar el conjunto, asirlo y comprenderlo. En mi caso, haré una pequeña segmentación de la novela “La larga calle del Barrio” para abordar los distintos planos que creo haber descubierto en sus atrapantes callejones   semióticos. 
                     El ser humano es la resultante de sus vivencias, creencias, modelos y hábitat en el que transcurre su vida, moldeándolo. El carácter y la personalidad se nutren de búsquedas,  sueños,  frustraciones, y de interacciones con el mismo, donde se mimetiza formando con ellos una parte inescindible.
                    La familia es el núcleo que moldea, la casa el hábitat que nos delimita nuestro espacio de protección frente al medio, el barrio, el que alberga la policromía de sombras, algunas luminosas y otras…oscuras e intrigantes.
                   En “La larga calle del barrio“ nos encontramos con un paisaje de abandono y desesperanza donde la prioridad es sobrevivir, con las únicas normas en las que cada individuo cree: astucia, desenfado y violencia. Astucia para engañar, desenfado para eludir cualquier acusación o sospecha y violencia cuando las anteriores no funcionan y hay que hacerse valer  sin importar el precio que se pague.
      Desde el punto de vista sociológico, los integrantes de la villa se encuentran entrampados, sin horizontes, descalificados y marginados.            Tentados por la ilusión que genera la transgresión terminan siendo víctimas de sus propias miserias humanas. Gregorio, renace del dolor con el remedio menos pensado: un libro. Descubre que es un cronopio (lo leyó de un libro de Juilio Cortázar que le llamó la atención en la biblioteca aunque no se animó a llevarlo) ya que, como ellos, se sintió idealista, sensible e ingenio. Descubrió que la mente humana no tiene límites y que “su mundo” solo dependía que lo creara con su imaginación. La marginación era solo una realidad externa. Su riqueza radicaba en la magia de su mundo interior. Gregorio descubrio en otros, fuera de su barrio, un sentido de pertenencia que lo perturbó y conmovió: “Pienso que somos un rejunte de gente que quedó sola y con ganas de ser querida. Pienso que somos una familia. Una familia rara, lo sé. Pero a mí me gusta así”. Esta mirada de tristeza interior, de carencia afectiva y de sentido de pertenencia lo obligan a refugiarse en las primeras manos que lo contienen como un nuevo abrigo, pero de afecto.  
                   La “larga calle del barrio” simplemente era el obstáculo que lo separaba de su “Macondo”, el lugar etéreo donde la sonrisa no era el precio a pagar por saciar su sed de afecto sino que representaba la placidez del poder “Ser”. Gregorio siente que “fuera” hay algo que le pertenece: el derecho a vivir. El mismo expresa: “igual me gusta imaginar que sí, que puede haber otra manera de vivir que no sea como en la villa” y agrega “Hoy se me ocurrió esto: ¿Por qué la vida es así? Yo quiero algo distinto, yo quiero salir… salir de esta prisión que me tiene encerrado, de esta muerte en vida que me tiene cansado” y hasta que al final decide su destino “camino y camino y no me detengo y me voy para siempre”, mostrándonos que, al haber accedido al conocimiento con sus lecturas, construyó los diques que le permitieron frenar los atropellos de la barbarie y las  tentaciones engañosas de la vida fácil. Por momentos, Gregorio flaquea en sus fuerzas y renuncia a sus quimeras: “A veces me quedo en las noches imaginando que yo también viajo. A veces veo la muerte como si me fuera de viaje”. En el final de la novela Gregorio nos sorprende con la fuerza de sus convicciones que dan sentido a sus búsquedas, las que encuentran finalmente una salida airosa y definitiva.  
                       La novela de María de la Paz Pérez Calvo nos muestra una realidad crujiente, la insensibilidad rayana con la torpeza humana y el desinterés de lo colectivo ante las circunstancias a que nos enfrenta la vida diaria. Desconocer al otro es sin lugar a dudas, el camino seguro a transitar de regreso, la larga calle de nuestro propio barrio interior, donde terminaremos, algún día, inexorablemente atrapados.                 

                                                               Jorge Alberto Baudés
                                                                      Rawson - Chubut

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